Cadena Perpetua

Hoy siento una liberación:
unas cadenas que por ratos sueltan mis tobillos,
mas pasan a mis muñecas,
pesadas como el pasado a la espalda.
A ratos, el fulgor del fuego interno
las funde hasta que no gotean más.
El plomo en mis venas me envenena,
intoxicado y ciego —tan cansado—
que no veo moldearse un nuevo par:
uno más ligero,
con eslabones infinitos como el mar
en el ocaso de mi vida
anclados al vacío de mi pecho
con la esperanza de flotar.

Y así por años arrastrando
el pasado,
los sueños de antaño,
los pesares familiares…
Para quien vive entre barrotes
de sus cárceles mentales,
cerrar los ojos es un alivio:
la sensación latente
de estar cerca de la muerte,
como en un sueño profundo,
imaginando el descanso eterno.
Una lápida bajo mi almohada:
áspera al tacto,
corroída cual metal,
el aroma a hierro…
—hemorragia mental—.

Como Sísifo y su roca
ahí nos vemos:
subiendo y bajando,
sufriendo y amando,
felices porque llueve
de vez en cuando.
Pues una vida sin esos matices
es como un lienzo borrado
con ácido,
donde rostros; ahora rastros,
sin autores ni espectadores,
sin especulaciones
confieso:
el vacío del olvido
se ha convertido en mi verdugo
y mi testigo.