Nadie sabe nunca cuál será su destino, ni tampoco puede imaginar en dónde carajos va a terminar.

Siempre me había preguntado porqué Bukowski tenía aquella preferencia por trabajar en empleos duros y monótonos, en esos donde uno siempre es tratado con gritos y órdenes. Empleos como: lavaplatos o empleado dentro de algún almacén, o cualquier otro trabajo en donde otro individuo más incompetente siempre le gritara. 

Siempre había creído que todo era debido a su mala suerte o porque pasaba por tiempos muy difíciles. Pero ahora, que yo también me siento un completo fracaso, creo que he comprendido el porque él prefería ese tipo de trabajos y la razón resulta ser bastante simple, a menos de que me equivoque, claro está. 

Pues lavar platos o estar encerrado acomodando paquetes en un almacén o simplemente seguir las órdenes dictadas por un imbecil son de las tareas más simples de realizar,  pero a la vez son de las más tediosas y aplastantes que existen. 

Pero siempre está la seguridad de que serán lo mismo, sin importar qué pase.

En esos trabajos siempre hay un hijo de puta, que por cierto no es mejor que tú, pero que ya está arriba de ti y por esa razón puede ordenarte y tú, al estar en ese puesto ínfimo y paria, debes obedecerle. Y esos hijos de puta siempre hacen lo mismo, como si se tratara de un maldito juego de locos, ellos siempre se aparecen ahí, justo detrás de ti, como si supieran el momento exacto, y justo cuando estás a punto de terminar de lavar todos esos jodidos trastos o cuando ya vas a terminar de acomodar los malditos paquetes, él sé aparece y te dice:

¡Hey! ¡aquí salieron más trastos! ¡lávalos!

O: ¡Acomóda estos paquetes que acaban de llegar! ¡Hazlo rápido!

Y ahí se va muriendo la satisfacción que tenías por la simple idea de que ya casi terminabas.

Incluso te llegas a sentir identificado con ese personaje llamado Wilbur Mercer en su penoso ascenso por la colina. Esa colina que parece no tener fin, pero en la que te vas sintiendo mejor conforme más la subes, pero mientras más alto llegas, también se vuelven más frecuentes los ataques de piedras que te vienen de todas direcciones para impedir que continúes con tu ascenso.

¡Y esas piedras te las están lanzando todos!

Todos los que no quieren que llegues a la cima. Todos los que no quieren verte terminar  tu trabajo.

Y tú sabes que no puedes irte a menos que termines y ellos lo saben, pero no te queda otra cosa más que obedecer. Ellos te tienen allí y ahí estás tú, que no puedes hacer nada, sólo obedecer y, tal vez, maldecirlos con el pensamiento.

Obviamente esos son trabajos sumamente horribles y monótonos, como casi todos los trabajos lo son, pero al menos aquí tienes la satisfacción de poder lanzar maldiciones mientras los realizas. Pues una mala palabra que se escape de tu boca podría ser entendida (o ignorada) porque ellos saben que tu trabajo es horrible y también saben que ellos no quieren hacerlo. 

Y tú continúas ahí, metido detrás de la cocina o encerrado en un jodido almacén, pensando en demasiadas maldiciones para todos mientras fregas todos los platos, que parece que nunca se acabaran , o mientras empujas y cargas todos esos malditos paquetes que bien podrían formar una jodida torre de Babel. 

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Mientras que todos los que te observan saben que estás molesto, fúrico y lleno de rencor. Que los detestas y que los estás mandando al diablo en ese preciso momento, pero nadie dice nada, nadie intentará siquiera calmarte o decirte: 

¡Hey, cuida esa boca! O Calma tus gestos.

Nadie dirá nada porque al final estás cumpliendo con tu deber y porque a nadie le importa un bledo ser maldecido por un pobre diablo.

Así que por eso creo que Bukowski siempre buscaba ese tipo de trabajos. Porque eran tan ideales para él. Porque podía cumplirlos sin importar que él detestara a medio mundo y porque podía hacerlos incluso mientras cargaba con una hermosa resaca, que a la vez le estaba destrozando el cuerpo. Y porque podía hacerlos mientras maldecía a todos los hijos de puta que disfrutaban de los alimentos que ensuciaban esos platos o de aquellos que esperaban con ansias aquellas cajas que eran sus paquetes. 

A últimas, todo eso sólo contribuía a incrementar ese trabajo sin fin ni objeto.

Supongo que me hace falta trabajar de lavaplatos o entrar a trabajar en algún almacén, para descubrir si tengo algo de la calaña de la que estaba hecho Bukowski. O saber si yo estoy hecho de otro tipo y terminaré rompiéndome.

Además, he llegado a pensar que a Bukowski le gustaba trabajar en todo eso sólo porque, aún al saberse que estaba ahí, parado frente al gran abismo de la nada, él sabía que incluso de la nada también podía surgir buena mierda para escribir y que aquello que escribiera podía ser vendido, porque… lo quieramos o no, a todos nos gusta conocer las penurias de alguien más y saber que existe alguien más jodido que nosotros, que puede vivir incluso peor y con mayor desgracia.

Pues como diría La Rochefoucauld:

“Todos tenemos fuerza suficiente como

para soportar las desgracias de los demás”

En eso radica mucho de nuestro placer y eso a la vez lo vuelve tan triste.