Hálito de la tempestad

¿Qué es esta sensación?
Una de estar hundido en lo más profundo de un mar congelado:
mis uñas se resquebrajan,
la sangre congelada duele,
mis músculos se agrietan.
Mi vista se nubla entre los glaciares
que hay entre tus sienes —
la mirada fría de un volcán en erupción —.
Las cuchillas en tus desgajes
cortan por completo,
me parten.
Me invitan a que abandone mi aliento,
convirtiéndome en un bulto
lleno de rocas,
hundido y enterrado
a la deriva del tiempo.

No encuentro espacio,
ni lugar,
donde esa naturaleza marina no me encuentre.
Huyo. Incansable. De su juicio,
entre los peces abisales…
Pero su red se acerca,
susurrando: «No estuviste ni cerca».
Un trozo de mi sonrisa es arrancado cada ocasión
que comparto mis colores.
Pero el océano es así:
tranquilo en superficie,
y asesino en sus tormentas.
El oxígeno se termina…
Y mi cuerpo ahora tiembla —
no es el frío del agua —:
es mi alma
vuelta un grano de arena,
insignificante ante la reina,
la que sala mis heridas
y sorbe mis venas,
dueña de los corales,
las olas y las mareas.
Arrojada hacia el vacío
del que ya nada emana.