Me dolía

Los pensamientos me pesan,
una cadena en cada extremidad.
Dedos ennegrecidos como mi voluntad;
por cada paso, una nota de aquel
piano insonoro,
descompuesto y desgastado.

Cada día que pasa no sabe si volverá a sonar,
si la melodía sigue gustando,
o si, por el contrario,
es a él quien el oído ha perdido
entre sueños y la vida.

Quizá solo nos encontramos encerrados
en un cuarto sin eco:
los muros infinitos del pensamiento,
cercas como coladeras,
sonidos inaudibles de voces inquebrantables,
vivencias desdeñables.
¿Amistades melodiosas o enemigos disonantes?

Vivo ajustando las cuerdas eternamente,
para al final tocar lo aprendido:
una canción que solo yo sé,
una que nadie ha escuchado.

Pero no logro ver el sol,
y aunque tengo fami y la,
la canción nunca se interpreta;
se reproduce incompleta,
bailando en los oídos de aquel sordo
que solo grita y patalea.

Las notas, a la distancia, suenan.
Orejas se levantan en el pasaje subterráneo;
golpean con sus zapatos el suelo,
réplica tangible del eco en su extremo.

Solo así encuentro júbilo en mi deseo:
un chasquido y un silbido.
De inmediato, comenzamos vibrando;
un pedaleo, dos acordes, y hemos terminado

En un breve éxtasis
la partitura me dijo: «Te leo».