La resignificación del placer a través del esfuerzo

Comienzo esto con mis reflexiones matutinas…

Caminaba por la calle, iba por una torta de tamal verde (es la que más me gusta) y hubo que madrugar más que antier, solo así podría comprarla ya que ayer, por unos minutos mas no pude sino tener una de mole y un pensamiento me abordó repentinamente: ¿Por qué ir por una torta, ha pasado de lo trivial, a lo “engorroso”? redireccionando la pregunta pasé a: ¿Es acaso que me cuesta “ir por las cosas”? Si tuviera que hacer una analogía sería algo parecido a la pereza patente de nosotros los mexicanos para ir por el control de la televisión, en esa situación donde se encuentra al pie de la cama o el sillón, pero que, por alguna razón, se posterga hasta que la programación es insoportable o los anuncios nos obligan a levantarnos por el celular.

Es así como algo tan trivial se convirtió en un abstracto profundo. La explicación más sencilla que se me ocurrió fue que esas actividades ya no representan un incentivo para mi sistema de recompensa. En otras palabras, “ya no valen el esfuerzo”. Es ahí donde si no es una tarea que cause placer o cause un regocijo al ser completada en el menor tiempo posible, “no vale la pena”.

En mi camino por la torta, recordé lo que he estado haciendo, o al menos intentando: esforzarme por las cosas. Me es muy fácil pedir por Rappi, ir a la tienda a comprar cualquier cosa a sobreprecio por la flojera de buscar algo más justo, o simplemente evitar cualquier tarea que no me genere una gratificación instantánea. Y entonces me surgió la pregunta: ¿por qué quiero todo fácil? o quizá la pregunta correcta es otra: ¿realmente quiero todo fácil, o simplemente he adoptado la mentalidad de que “el fin justifica los medios”?

Esta frase, tan maquiavélica, refleja algo que veo en la sociedad mexicana que conozco: vivimos en un constante ajetreo, una carrera frenética por un “quién sabe qué”. Una búsqueda desenfrenada y exhaustiva del hedonismo, donde lo único que importa es cumplir con las tareas que nos alejen del dolor, el malestar o las sensaciones desagradables. ¿Pero a qué costo?

Pensando en eso, me di cuenta de que siempre he sido parte de este sistema. Siempre ha sido así, desde pequeño, no pensaba en cómo hacer trampa, sino como hacer el menor esfuerzo posible. Siempre que el resultado fuera evidente, siempre que se notara que había cumplido con la expectativa y mi validación era recompensa suficiente. Y creo que muchos viven así: el fin justifica los medios, donde lo que importa es “entregar”, aunque sea el mínimo indispensable.

No es difícil imaginar ese escenario tan común, donde los ingenieros sin tapujos, con un duct tape como su mejor aliado observando desde un estante, replica al cliente que osa cuestionar su trabajo: “¿funciona o no funciona?”, es ahí donde veo que mucho del trabajo “profesional”, “administrativo” o de oficina, se lleva a cabo de la misma forma, dándole siempre un peso no menos merecido a lo “real”, a lo “tangible” a lo “práctico” y que podemos ver reflejado en frases bien conocidas por todos como:

—”si funciona, no le muevas”—
—”pero jala, ¿no?”—
—”ay ya así, chingue su madre”—
—”ni se van a dar cuenta”. —

Pero ¿es eso lo que realmente queremos? ¿Vivir en un mundo donde solo importa el resultado, sin importar como llegamos a él?

Esto me llevó a cuestionarme: ¿desde cuándo soy así?, ¿puedo hacer algo por ello?, ¿por qué, incluso sabiendo que esto no me beneficia, no he hecho algo al respecto? ¿me molesta? ¿me genera problemas? Las preguntas se acumularon en mi cabeza y la respuesta fue clara: “pues hay que hacer algo diferente”.

Y es ahí donde entra la premisa opuesta: los medios importan para el fin. Tratando de aterrizarlo, pensé en un ejemplo algo radical: “Una persona logra ser presidente. A la vista de todos es evidente, el resultado, real y tangible. Pero, ¿y si el logro fue a costa de matar a la persona que más quieres en el mundo? podría ser tu mamá, un pariente, tu pareja o algún amigo cercano.” ¿Está bien generalizar las situaciones y evaluarlas así de buenas por el resultado?, la respuesta parece evidente y sería un rotundo no. Si alguien opina lo contrario, o ha renunciado completamente a la ética o necesita ayuda profesional. Pero volviendo al tema, ésto me llevó a una conclusión: el medio importa. El esfuerzo importa. Y es algo que debería interiorizar.

La pregunta inicial: ¿cómo? Pues, a mí me funciona practicando, dejando una nueva incógnita: ¿cómo se practica? Depende de las actividades de cada quien, yo personalmente comienzo con cosas pequeñas, por ejemplo: si juego videojuegos no uso guías, ni trucos ni trampas. En el trabajo no uso la IA para que haga mi trabajo, no sin aprender en el proceso. En la vida diaria, me esfuerzo conscientemente frente a todo aquello que en mi cabeza resuena con un “que hueva hacerlo”.

Y espero no ser malinterpretado: no trato de ser un reduccionista insinuando que “solo hay que dejar de ser perezoso” de la manera más simplona posible, sino de darle un significado nuevo a esas actividades que parecen triviales, dotarles de algo más. Es sobre encontrar satisfacción no solo en el resultado, sino en el proceso. Es sobre comprometerme conmigo mismo, incluso en las cosas más pequeñas.

Dicho lo anterior he comenzado a poner en práctica esta visión, ahora cuando me esfuerzo por hacer algo trivial, me antepongo a la “falta de recompensa inmediata”. Y curiosamente eso, lo transforma en una recompensa aún más grande. Porque ya no es solo la actividad, sino una lucha y compromiso conmigo mismo al momento de hacer las cosas.

Y así, mientras disfrutaba mi torta de tamal, supe que había tomado la decisión correcta. No solo por el sabor, sino porque el esfuerzo había resignificado el placer. Ahora, cada tarea trivial es una oportunidad para reconectar conmigo mismo y encontrar satisfacción en el proceso, no solo en el resultado.