Hay nombres que son etiquetas, y hay nombres que son portales. Oniversus es el segundo tipo: un umbral que invita a cruzar hacia un laberinto de dualidades, donde lo oscuro y lo luminoso, lo infinito y lo finito, lo poético y lo filosófico, coexisten en una danza infinita y caótica.
Todo comenzó con los onis, esas criaturas del folclore japonés que habitan en la penumbra de los mitos. Sus siluetas grotescas, sus cuernos retorcidos como raíces de árboles antiguos, y su aura de maldad impenetrable me sedujeron desde el principio. Pero no es una maldad vacía, no es un mal sin propósito. Es un mal que reconoce su existencia, que se sabe parte de algo más grande, algo que escapa a si mismo. Los onis no son solo demonios; son espejos. Y en ellos me vi reflejado: en su furia, en su crudeza, en ese misticismo que los hace tan irresistibles como temibles.
En mi juventud, me llamaba Mugen (無限). "Infinito". "Sin límites". Era un nombre que resonaba con la filosofía del vacío, eso es el mu(無) que tanto amé y que tanto me definió. El vacío no como ausencia, sino como potencial puro, como un lienzo en blanco donde todo es posible, donde el superhombre creyó encontrar su lugar. En esa época, creía que no había fronteras para lo que podía lograr, que mi imaginación y mi intelecto eran los únicos confines de mi existencia. Era un nihilista soñador, un poeta del caos que encontraba belleza y comfort en la nada.
Pero con el tiempo, descubrí que dentro de mí habitaba algo más. Algo oscuro, algo que no podía ignorar. Un oni(鬼) recluido en las sombras de mi ser. Decidí no rechazarlo, le invité a charlar, a entenderlo, integrarlo. Así nació Onimugen, una fusión de aquel potencial infinito y esa maldad reprimida. Era un nombre que llevaba en sí la contradicción, la lucha, la coexistencia de dos fuerzas aparentemente opuestas.
Los años pasaron, y el oni fue ganando terreno. Ya no me sentía tan identificado con el Mugen, con aquel infinito que alguna vez creí ser. Había cambiado, evolucionado. Me sumergí en la literatura, en la poesía, en la prosa filosófica, y descubrí que mi esencia no era una sola, sino múltiple. No era un solo yo, sino muchos. Fue entonces cuando Onimugen se transformó en Oniversus.
Oniversus es más que un nombre; es un universo. Es el oni que llevo dentro, esa parte oscura y mística que me define, pero también es el verso, la palabra que da forma a lo informe, que convierte el caos en arte. Es un juego de palabras que resuena en múltiples dimensiones: versus, "en contra de", porque la vida es una batalla constante, un enfrentamiento entre la ausencia y lo inexistente. Pero también es verso, porque si lees entre líneas encontrarás un sentido.
Y, por supuesto, Oniversus es un anagrama de universos. Porque no soy uno, soy muchos. Soy todos esos "yo" que coexisten en mundos paralelos, cada uno con sus propias reglas, sus propias historias, sus propias verdades. Soy el amante de la poesía, el filósofo, el soñador, el nihilista, el oni. Soy el vacío y la plenitud, el caos y el orden, la oscuridad y la luz.
Oniversus es mi nombre, pero también es mi esencia. Es el reflejo de un viaje que no tiene fin, de una búsqueda constante por entender quién soy y qué soy. Es un universo en expansión, siempre creciendo, siempre cambiando. Y en ese universo, hay un lugar para todo: para el oni, para el verso, para el infinito, para el vacío.
Porque, al final, todos somos universos. Y este es el mío.
Hay nombres que son etiquetas, y hay nombres que son portales. Oniversus es el segundo tipo: un umbral que invita a cruzar hacia un laberinto de dualidades, donde lo oscuro y lo luminoso, lo infinito y lo finito, lo poético y lo filosófico, coexisten en una danza infinita y caótica.
Todo comenzó con los onis, esas criaturas del folclore japonés que habitan en la penumbra de los mitos. Sus siluetas grotescas, sus cuernos retorcidos como raíces de árboles antiguos, y su aura de maldad impenetrable me sedujeron desde el principio. Pero no es una maldad vacía, no es un mal sin propósito. Es un mal que reconoce su existencia, que se sabe parte de algo más grande, algo que escapa a si mismo. Los onis no son solo demonios; son espejos. Y en ellos me vi reflejado: en su furia, en su crudeza, en ese misticismo que los hace tan irresistibles como temibles.
En mi juventud, me llamaba Mugen (無限). “Infinito”. “Sin límites”. Era un nombre que resonaba con la filosofía del vacío, eso es el mu(無) que tanto amé y que tanto me definió. El vacío no como ausencia, sino como potencial puro, como un lienzo en blanco donde todo es posible, donde el superhombre creyó encontrar su lugar. En esa época, creía que no había fronteras para lo que podía lograr, que mi imaginación y mi intelecto eran los únicos confines de mi existencia. Era un nihilista soñador, un poeta del caos que encontraba belleza y comfort en la nada.
Pero con el tiempo, descubrí que dentro de mí habitaba algo más. Algo oscuro, algo que no podía ignorar. Un oni(鬼) recluido en las sombras de mi ser. Decidí no rechazarlo, le invité a charlar, a entenderlo, integrarlo. Así nació Onimugen, una fusión de aquel potencial infinito y esa maldad reprimida. Era un nombre que llevaba en sí la contradicción, la lucha, la coexistencia de dos fuerzas aparentemente opuestas.
Los años pasaron, y el oni fue ganando terreno. Ya no me sentía tan identificado con el Mugen, con aquel infinito que alguna vez creí ser. Había cambiado, evolucionado. Me sumergí en la literatura, en la poesía, en la prosa filosófica, y descubrí que mi esencia no era una sola, sino múltiple. No era un solo yo, sino muchos. Fue entonces cuando Onimugen se transformó en Oniversus.
Oniversus es más que un nombre; es un universo. Es el oni que llevo dentro, esa parte oscura y mística que me define, pero también es el verso, la palabra que da forma a lo informe, que convierte el caos en arte. Es un juego de palabras que resuena en múltiples dimensiones: versus, “en contra de”, porque la vida es una batalla constante, un enfrentamiento entre la ausencia y lo inexistente. Pero también es verso, porque si lees entre líneas encontrarás un sentido.
Y, por supuesto, Oniversus es un anagrama de universos. Porque no soy uno, soy muchos. Soy todos esos “yo” que coexisten en mundos paralelos, cada uno con sus propias reglas, sus propias historias, sus propias verdades. Soy el amante de la poesía, el filósofo, el soñador, el nihilista, el oni. Soy el vacío y la plenitud, el caos y el orden, la oscuridad y la luz.
Oniversus es mi nombre, pero también es mi esencia. Es el reflejo de un viaje que no tiene fin, de una búsqueda constante por entender quién soy y qué soy. Es un universo en expansión, siempre creciendo, siempre cambiando. Y en ese universo, hay un lugar para todo: para el oni, para el verso, para el infinito, para el vacío.
Porque, al final, todos somos universos. Y este es el mío.