Comienzo después de un largo tiempo a escribir de nuevo.
Escribo para no olvidar.
Escribo para recordar.
Escribo para entender.
Escribo para transmitir.
Escribo para leer.
Escribo para ti.
Escribo para mi.
Escribo…
Ha pasado ya mas de un mes de algo que será considerado un hito en mi vida, una de las facetas mas grandes e importantes, una donde me he envuelto en misterios sin resolver, en conflictos irresolubles y dinámicas de supervivencia obsoletas.
El regreso al cubo de concreto
Todo comienza con aquellos primeros días donde regresé a casa de mis padres, a un trozo de terreno al que pertenezco, un cubo hecho de muros de concreto, una porción de tierra que ha visto y presenciado incuantiables historias ahora solo recordadas por el frío y mojado suelo.
Al principio pese a que visitaba cada 15 días mi segundo hogar, ésta vez se sentía diferente, había un aura enrarecida de haber llegado entre semana, por la noche, después de acarrear mis cosas en el auto y desempacar. En el fondo lo sabía, la diferencia es que esta vez no llegué para irme al día siguiente, ya no era un turista en ese lugar, era nuevamente un residente.
Basura y fantasmas: el peso de los objetos
Todo era un desastre, mi sala llena de bolsas de basura, llenas de los sueños, los recuerdos y todas esas anclas a vidas pasadas donde en ocasiones la pasé bien y en otras no tanto, pero al final lo hice acompañado. Todos y cada uno de los objetos impregnados de un aroma mental tan penetrante que no puedo evitar recordar el momento exacto en que adquirí cada uno y lo que ocurría alrededor de esos días.
Los días siguientes la pasé tranquilo, unos días llorando por las noches en su ausencia, otros apaciguado por la soledad y el silencio, otros más en total estupor, atónito por pensar en la permanencia de las decisiones.
La culpa como laberinto
Algo que me rondaba por la cabeza al principio era el resolver el conflicto interno sobre si había sido lo mejor, si era lo correcto o averiguar si yo había sido malo, el villano o tener las piezas necesarias para darle una coherencia a la historia y saber actuar mejor la próxima vez, si es que la hay.
Por ratos me torturaba pensando que hice mal por alejarme, ¿Le hice daño con mi decisión?, el irme súbitamente me generaba culpa porque nunca ha sido mi intención hacerla sentir mal, pero ¿y yo? ¿por qué tendría que sacrificar mi estabilidad mental y bienestar por no herirla? ¿ella pensaba en lo que yo quería o necesitaba? no lo se y no hace falta saberlo. La tortura venía por saber de manera general cómo habían pasado las cosas, hacer un recuento evidentemente me recordaba cosas y estas a su vez me anclaban a momentos en los que fui muy feliz y lo cual no convive con ser “el malo” en una historia que yo solo me cuento.
Somos humanos
Después de ver muchos videos, de hacer retrospectiva, de una cajetilla de cigarros y muchas ganas de resolver el conflicto mental, llegué a la conclusión mas sencilla pero a su vez profunda: somos seres humanos.
Me explico, ser un ser humano implica imperfección, implica fallar, tropezar, cometer errores, caer y levantarse, implica responsabilidades, implica crecer, aprender y por ratos ser feliz por alcanzar aquello que uno quiere. Todo son caras de la misma moneda, sin embargo algo que me tenía inquieto era pensar sobre mis errores, ¿cuáles habían sido? ¿cuántas veces me los señaló? ¿hice caso alguna vez? ¿había otra forma de resolver eso? ¿en verdad eran errores o solo permití que me juzgara mas duro de lo que yo mismo lo hago conmigo? ¿hasta donde puedo estirar el “ser humano y me equivoco” para justificar conductas que tengo? ¿hasta donde las puede estirar el otro para justificar lo que hace o hizo?.
Todo eso me dejó pensando en los límites de las responsabilidades y la humanidad, al principio generando más preguntas que respuestas, pero recordé otra de las caras de la moneda que resolvía todo eso: “no soy mi pasado y si estoy dispuesto a cambiarlo ya di el primer paso”.
Un problema y una solución, el problema es pensar que solo se es malo o bueno, se resuelve verdaderamente interiorizando que somos humanos y nuestra naturaleza inequívocamente nos llevará a actuar mal en muchas de las ocasiones de manera consciente o inconsciente, pero eso eventualmente quedará en el pasado y serán solo recuerdos. Como aquellos años en los que uno fue adolescente y actuó conforme a lo que sabía o le habían dicho, uno ve hacia atrás y puede con certeza decir que era inmaduro y que actuó de una manera que no lo haría en la actualidad. Sin embargo, saber eso ya pone un punto de partida para saber si eso es lo que quieres y cuando menos, cómo dirigirte hacia aquello que si, pues el pasado me sirve para identificar aquello que hice mal y si no se alinea con mis valores, tener un plan de acción para modificar esa conducta e interiorizar aquello que si lo haga, en lugar de usarlo como un látigo que solo me golpea cada vez que evoco un recuerdo desagradable.
Saberme humano y que hago a veces cosas malas o que dañan a otros, no me exime de no responsabilizarme, al contrario, es ahí donde he aprendido la responsabilidad y me he disculpado, sin embargo también he aprendido que todos se disculpan y perdonan de maneras distintas y es importante averiguar de manera explícita y consensuada las formas de reparar un daño y de perdonarlo también.
Es aquí donde comienza también a tomar forma la manera de resolver un conflicto que me ha llevado por una espiral caótica toda mi vida, el de la culpa y el perdón.
Las disculpas se reciben distinto dependiendo de la persona. Algunos aprendieron por lo que vieron de pequeños y en mi experiencia he visto que se ha dado a través de un regalo, cuando alguno de los papás fallaba y como compensación le compraban algo que quisiera mucho el niñ@, otros a través de disculpas en palabras y explicaciones verbales que le permitieran entender por qué habían incurrido en la falta, otros más aprendieron que no debían de disculparse y solo debían aguantar. Por eso es importante preguntar cómo recibe las disculpas la otra persona, sino solo es “atinarle” y por pura probabilidad lo más seguro es que uno falle.
El perdón como negociación fallida
Una vez que me he disculpado queda del otro lado la opción de perdonar, pero también, hay personas que cargan con un rencor y resentimiento tales que el perdón jamás es una opción. Yo era de esas personas antes, me decían “eres bien sentido” y yo asumía que era por que yo a diferencia de los demás, me tomaba muy en serio las cosas y solo yo le daba la importancia que debía a ciertas cosas. Ahora veo que era solo un resentimiento generalizado e inmadurez de mi parte, me explico. Leyendo a Amandititita recuerdo una frase que iba algo así: cuando la vida te trata culero, uno va por la vida creyendo que la vida tiene una deuda contigo. Lo cual me hace todo el sentido del mundo, pues cuando uno tiene un resentimiento por ejemplo con la vida, pensando que le tocó una vida mala, unos malos padres o incluso una situación económica desfavorable, uno clama por justicia, porque uno mismo se considera una víctima y no busca “quien se la hizo, sino quien se la pague” y cuando eso lo vuelcas a las personas que te rodean no haces mas que juzgarlos y castigarlos con tu enojo, como si de ellos dependiera retribuirte un poco de esa justicia.
La economía del resentimiento
Con Lili, nuestras dinámicas a menudo chocaban con su sensibilidad a lo que ella vivía como injusticias. En retrospectiva, entiendo que su manera de procesar el dolor era acumularlo como deuda emocional, y eso terminó por convertirse en un lenguaje donde ambos éramos rehenes: ella de su necesidad de reparación, yo de mi incapacidad para cumplir con estándares que ni siquiera entendía. No juzgo su proceso, pero sí reconozco que, al final, esa falta de sincronía nos imposibilitó construir un perdón mutuo.
Regresando al tema del perdón, en las últimas ocasiones le expliqué esa perspectiva, preguntándole “¿cómo las recibía ella?” y me contestó que la disculpa tenía que venir con una reflexión moral que le permitiera ver que había notado el error y no repetirlo. Suena lógico, sin embargo le pregunté cómo evaluaba esa inflexión, pues quien se volvía jueza de esa disculpa era ella y si ponía la vara super alta iban a ocurrir dos cosas, la primera es que si la reflexión no es de la talla de lo que ella espera, nunca va a ser una disculpa válida y la segunda es que si ella pone el límite super alto, ella nunca va a equivocarse y por consiguiente en sus propios términos, es probable que ella nunca se vaya a disculpar con nadie.
Tomando lo anterior como premisa, me deja sin margen de acción, estaría a merced de una persona que tiene una susceptibilidad innata en la injusticia, por lo que la ve en todos lados y que por voluntad tiene estándares morales muy altos que nunca se van a cumplir o que quizá yo no puedo cumplir. ¿Qué podía hacer? nunca iba a ser suficiente para esa hambre de justicia, de resentimiento y reuso a la negociación. Aclarando que no siempre fui ni fue así, solo hablo de las últimas conversaciones que tuve.
Una vez que pude conciliar que soy un ser humano, que se equivoca y que he hecho cosas muy cuestionables y otras cuantas malas, no puedo pensar que ese Irving de hace muchos años sigue siendo el mismo y sería preocupante que siguiera siendo así. Eso no me exime de sentir culpa pero me permite ver soluciones y áreas de mejora. Si eso lo aplico a la relación, encuentro tranquilidad al saber que de una manera muy primitiva intenté transmitir todo esto que ahora es claro y que de manera tangible he cambiado de manera activa.
Eso me tranquilizó, pero también hubo un par de factores adicionales que denotaron un síntoma social que vivimos todos: en las relaciones solo existen víctimas y villanos. Las canciones, las novelas, las historias que se cuentan y hasta los testimonios de conocidos siempre nos dejan esa sensación de ver solo víctimas o villanos, refrendado en frases del tipo: “todos los hombres son iguales”, “ellas siempre pagan mal”, “no te supo valorar” y mas generalizaciones que tienen la intención de meter en los moldes que nos han dicho que existen.
Canciones tóxicas y finales sin villanos
Esa idea me llegó cuando arreglando mis cosas desempacadas, mi mamá puso su música en su bocina y todas las canciones que se trataban de amor tenían estos mismos patrones, lo cual me hizo pensar: ¿conozco canciones que hablen de una ruptura sana?, la respuesta corta es NO.
Así en resumen logré conciliar que:
Soy un ser humano, me equivoco y a veces actúo mal. Si cometo algún acto cuestionable, me disculpo, me responsabilizo y el resto es cuestión de la persona, pues hasta ahí llega incluso el perdón que me puedo dar a mi mismo y lo que puedo ofrecer como una persona adulta.
La reparación imposible
Eso me recordó el ejemplo que le dije a mi papá sobre esto mismo, donde es como si yo fuera una persona con una pelota y por accidente rompí el cristal de la casa de otra persona, reconoceré que hice mal al jugar en ese espacio donde quizá no era lo mejor, me disculpo con la persona y ofrezco reemplazar el vidrio, pero aquí pueden pasar varias cosas, una de ellas es que el vecino no me permita repararlo, le ponga cinta y no me deje entrar y cada vez que le pida un favor o escuche algo mío que le moleste me hará ver la ventana y me recordará que yo se la rompí. Así lo veo yo, por lo que mi responsabilidad quedó estancada en la intención de repararlo, si el dueño de la casa no acepta la reparación ya es mi decisión seguir insistiendo y por la fuerza nunca habrá una conclusión saludable a mi parecer.
Los días continuaron y todo ha sido un sube y baja, unos días bien y otros no tanto, como aquellos en los que ella tenía que ir por su tocador y un par de cajones, me permití la cortesía de limpiarlos y ordenarlos para que estuvieran listos para su partida, fue uno de esos actos que quizá podría tildarse de básicos, innecesarios, tardíos o nimio, pero para mi fue algo simbólico y simple: lo limpio como un gesto de agradecimiento, un objeto que nos acompañó para que pueda acompañarte ahora solo a ti.
Mientras lo hacía tomé el spray con el que lo limpiábamos hace muchos años, el aroma me transportó a escenas de hace años, todo lo que había pasado en ese cuarto, desde aquellos días cuando nos quedábamos dormidos después de comer alitas, después de escuchar música con los ojos cerrados, aquellos días de pandemia donde esa cama fue nuestro soporte, esos cajones que almacenaron nuestra ropa, nuestros libros, nuestros suministros de higiene. Todos aquellos objetos como los mangas, los anillos, los collares, los aretes, los productos, recuerdo casi todos, recuerdo cuando llegaban de Amazon, recuerdo cuando me contaba de ellos, recuerdo como quería uno nuevo, cuando me regalaba alguno, cuando le emocionaba el estilo de alguno u otro, todo eso lo recuerdo y no pude evitar transportarme a cada uno de esos momentos y con un deseo irrefrenable imaginarme ahí siendo feliz, fantaseando con que aún podía ser.
El espejo roto: última imagen de un nosotros
Limpiando el espejo, ver mi reflejo y saber que sería la última vez que me vería en el, me rompió y siempre lo hará saber del final de las cosas, no por que no valorara que estuvieran ahí, sino que su significado de ahora en adelante se iba a desvanecer pues todos ellos están anclados a ella y ella también se irá desvaneciendo con el tiempo.
Cada uno de los libros, esos que me dijo que alguna vez leyó, un par que le compré cundo visitamos su universidad, monedas coleccionadas a lo largo de sus años, aretes que le regalé de mi primera visita a japón, juegos de 3ds que en su momento le regalé.
Quizá soy yo quien recuerda todo eso como bueno y en la realidad pasaron otras cosas al rededor que podrían opacar el bello recuerdo, sin embargo eso no quita que me haga sentir ahí y que yo me quede con la parte buena romantizando el momento a través de la nostalgia. Al final no importará, lo olvidaré o quizá no, pero lo que aprendí en ese momento es que puedo sentirme triste por ello u honrarlo porque pasó, porque me pasó a mí y está de mi, el aprender de lo que me proporcionaron a través de recuerdos esos objetos.
Mi historia siempre he creído no es algo que valga la pena ser contada, pero es cuando veo esos objetos que confirmo a través de mi memoria, que lo viví, que estuve ahí y es plasmandolo en estas líneas que puedo contar una versión de lo que pasó y así confirmar mi existencia.
Ese día pude dormir al fin en paz, pero no puedo evitar por ratos recordar en la soledad de aquel cuarto que compartimos por años, todo aquello que ha ocurrido hasta la fecha, todas esas etapas, aquellos años, los momentos que rodeaban esos días, los cambios que han ido ocurriendo a lo largo de estos 12 años, que me llena de un sentimiento agridulce donde el recuerdo me embriaga y se funde en un llanto que al terminar, me aterriza a la realidad donde un día es probable que no me importe más.
Pero el día de hoy me permito recordar, me permito atesorar todo aquello invaluable que he aprendido a lo largo de todos estos años a su lado, me permito presionar mi corazón con mi puño extendido diciendo, ya no más. Un nudo en mi garganta que almacena por solo unos segundos, minutos de recuerdos, horas de esfuerzo, días de compañía, semanas de rutina, meses de alegría, años de aniversarios y media vida.
Los días han pasado y aún no hay un cierre definitivo hasta que todo esté en orden y no haya ni un atisbo remanente del vínculo que algún día lo significó todo.
Si en algún momento llegas a leer esto solo tengo algo que decirte:
¡Gracias!