Mi primera feria: Una nueva perspectiva
Todo ocurrió el fin de semana pasado, donde prometía bastante. Un día como cualquier otro para la gente común, pero no así para los de la comunidad donde crecí. Un pueblo a mitad de todo: a mitad de querer ser municipio, a mitad de tener algo y no tener nada, a mitad de tener talento y tradiciones y a mitad de desaparecer.
Un pueblito que no envidia ni invita a nadie. Una celebración local sin ánimo más que el desfogue humano instigando al desaburrimiento. Una festividad con tradición incluso anterior al nacimiento de mis padres, lo cual me sorprende pues nunca he reparado en ahondar el origen y los cambios que ha sufrido a lo largo de las décadas.
La festividad de la que hablo es la de la virgen de la soledad. Una virgen de la que desconozco su origen y su santificación. Una estatuilla en su conmemoración yace frente al centro del pueblo, una capilla de 3×3 metros con adornos, veladoras y una fachada que excede sus dimensiones para terminar al ras de la banqueta.
Nunca había reparado en entender o reflexionar sobre esta celebración, que, según me dicen fácilmente supera los 70 años de tradición. Esto me vuela un poco la cabeza, pues quizá subestimo a mi gente, ya que no son muy devotos en la práctica y mucho menos constantes en muchas de las tareas y responsabilidades del erario público. Pero eso no demerita que a día de hoy puedo disfrutar de la celebración, su feria y sus eventos, fruto de la tradición.
Todo esto me lleva al motivo por el cual decidí escribir esta ocasión: Mi primera feria.
Lo describo como la “primera”, porque es la primera vez en muchos aspectos:
- Es la primera vez que asisto 100% sobrio de adulto.
- Es la primera vez que quiero observar y recordar todo con detalle.
- Es la primera vez que visito la iglesia durante esta celebración.
- Es la primera vez que espero encontrarme con amigos, no para beber.
- Es la primera vez que quiero ver todo lo que ofrece culturalmente.
- Es la primera vez que asisto con una visión más contemplativa.
Y la lista podría seguir, pero el punto es que estoy en otra etapa de la vida, donde ahora me interesa mucho el arte, me interesa conocer un poco más el producto de la historia de la comunidad que me vio crecer.
Día 1
Sábado por la mañana, me levanté a las 9:30, pese a haberme desvelado la noche anterior. Me bañé y preparé un café, agregando canela por primera vez a los granos en la cafetera. El resultado fue bastante sabroso.
Recuerdo planear en mi cabeza el día: llegaría temprano, saludaría a mis papás, comería con ellos algo que prepararía mi mamá, llegarían los amigos a la casa y el resto sería historia. Pero evidentemente los planes en proyectos como con los amigos son impredecibles. Spoiler: Terminó muy diferente.
Salí del departamento, y justo me olvidé de un par de cosas: cervezas sin alcohol y mi termo con agua, decidí regresar por ambas. No estaba lejos y enseguida tomé el retorno, volví por el termo y me dirigí hacia el Monasterio de las Cervezas de Azcapotzalco.
Yo ya tenía bien claro que compraría: un six de cervezas sin alcohol.
- IPA brumosa de Rey Árbol: Muy afrutada, con olor a maracuyá, amarga como el demonio y muy fresca.
- Sans Stout sin alcohol: Sabor y aroma a café, muy fresca y con un cuerpo y espuma prominentes, ideal para el calor y acompañar cualquier comida.
Estas cervezas no contienen alcohol y poseen un sabor idéntico al de cualquier artesanal sin sacrificar más que los aromas y retrogusto, aporte de las sustancias volátiles.
Con ellas en el maletero, era momento de ponernos en marcha. Con medio tanque y mi playlist de “Singer” recién importada a AIMP en el celular, subí el volumen, bajé las ventanillas para mitigar el calor y comencé a cantar.
¡No son enchiladas!
Fue un viaje corto pero una vez en casa y después de cortas pláticas con mis papás, pasamos a comer: unas deliciosas enchiladas que solo mi mamá sabre hacer. No es la sazón, no es la dedicación, ni los ingredientes. Es justo lo opuesto: la falta de sazón, la poca dedicación y los ingredientes simples son lo que le dan su esencia. Pero no por todo ello es menos delicioso, podría empacharme de ese platillo como en muchas ocasiones cuando niño.
Después de comer, destapé una de esas ricas y frescas cervezas, para así calmar la sensación de esos 30 grados a la sombra. Aproveché el tiempo platicando con mi papá, resolviendo un problema con Virgin Mobile (restringieron mi SIM por una migración cuestionable) y esperando con ansias la tarde para salir.
¡Nostalgia 6… 6… 6…!
Al momento de dar las 6, mis padres se alistaban para ir a un cumpleaños. Mi hermano salió de la casa y dijo que iba al centro. Yo por mi parte, pretendía ir de cualquier manera, por lo que lo acompañé y nos apresuramos a salir.
Él iba a ver a una chica que estaba concursando para una premiación de tatuadores y sus obras. Caminábamos, y yo iba observando los alrededores, pues generalmente presto mucha atención a eso, viendo a las personas, las paredes que parecen inamovibles pero que han cambiado con los años. En la esquina de la calle que lleva a las primarias, ver a los borrachos ahí, con sus latones a medio terminar, hablando de incoherencias. Más arriba la casa de mi amigo Arturo o al menos de sus padres.
Una casa que me recuerda muchas cosas. Desde aquellas veces en que iba a su casa solo a pasar el tiempo y a hacer la tarea juntos, donde yo terminaba explicándole de manera simple y con paciencia las tareas o temas vistos en clase. Otras donde llegamos a ir con nuestro compañeros a beber cerveza. Otras tantas a verlo lavar su auto mientras platicábamos, fumar en su auto y encender el aire acondicionado para dispersar el olor o escucharle gritar a sus hermanas todo el día. Una casa que era como yo imaginaba la de los ricos: con un estilo gringo, con lujos y cuartos amplios, colores acordes, un jardín con arbustos con formas específicas, un perro que por cierto maltrataban y otros “de pelea” solo con el mero objetivo de intimidar y dar a notar su prestigio en sus adquisiciones.
Todos esos recuerdos pasaron en un instante. Solo con ver de reojo lo reviví, sin embargo, algo también aplastó mi mente y fue el paso de los años, pues esa casa si bien tiene una pinta de “cuidada” al ser bastante observador, logro ver esas diferencias contrastadas con mis recuerdos, desde el desgaste de la pintura, lo opaco de ciertos muros y partes del suelo, hasta una fachada un poco carcomida por el desgaste.
Todo ello llevándome a preguntas sin respuesta como:
¿Qué será de sus hermanas?
¿Cómo habrá cambiado en todos estos años mi amigo?
¿Seguirá siendo el mismo?
¿Que habrá sido de su papá?
¿A la casa le seguirán dando mantenimiento sus familiares?
¿Cuántos perros habrá tenido y maltratado ese wey?
¿Cuántas veces habrá reemplazado esos arbustos?
Y a todo eso, no lo sé y ni se si quiero saberlo, pero es únicamente curiosidad sin ningún fin en especial.
Avanzamos, a lado se veían las primarias, me quedé viendo su color, sus letreros y comunicados adheridos a las puertas y sus muros. Me llenó de una curiosidad sobre: cómo habría sido vivir mi estancia académica ahí (yo estudié lejos en una institución privada), por lo que no logro dimensionar la cantidad de personas que conozco que cursaron su educación en esas instalaciones y la realidad vivida en ese lugar.
Se cayó la fe… ¡ríanse todos!
Pero continuamos subiendo, llegando a los primeros juegos. Algo que me pareció raro que había visto en otros años era que, el generador de electricidad o al menos uno de ellos, siempre se situaba a lado de una papelería al final de esa subida, pero esta ocasión no había nada ahí.
Continuamos nuestro camino. Entre las calles aun vacías, pasando a lado de la tradicional montaña rusa de gusanito, por la parte superior la estructura con pelotas y trampolines para niños de $50 pesos los 15 minutos. Un puesto de crepas, otro de artículos y accesorios para celulares, debajo del kiosco uno de tatuajes temporales y a lado de él, un escenario sencillo bajo la carpa de colores blanco y azul, con sillas de frente.
Caminamos sobre el pasillo. A nuestros pies un largo camino con mosaicos de ajedrez que se encontraba forrado de tatuadores. La mayoría se encontraba cerrando su “establecimiento” improvisado. Emparedados por los arcos, caminamos hasta encontrar a su amiga que después de saludarnos, pasó a mostrarnos su tatuaje: una catrina en tonos naranja en su pierna, al parecer estaba terminado y por ello emplayado, listo para concursar. En el momento en que lo vi, me recordó inmediatamente a una pieza que se encuentra en el mural de circuito.
No nos quedamos mucho tiempo ahí, por lo que mejor continuamos nuestro recorrido. Bajando las escaleras, nuevamente en la explanada, se veían a lado los ponys amarrados en una deplorable condición, donde solo están parados y esperando por unas monedas, a ser usados como un mini carrusel para los niños. Un acto que desde la superficialidad de la imagen que ponen en mi mente es despreciable a todas luces. Mismo caso para los caballos de tamaño normal de a lado, donde su utilidad radica en montarles para tomarse una foto.
Mas adelante encontramos los puestos diversos, de esos donde venden hamburguesas, papas, hotcakes y todo alimento que pueda atentar contra la salud. Abundantes aberraciones culinarias que viran entre una delicia y lo grotesco.
Los juegos de canicas, los remolinos, el dragoncito y otros atractivos mecánicos tradicionales de cualquier feria mexicana adornaban toda la avenida. Un verdadero espectáculo para los que arman puzzles, pues en tan poco espacio, meten, arman y montan objetos que por sus dimensiones no lograrían de manera natural encontrar un sitio tan reducido.
Más adelante encontramos también un sin fin de puestos que vendían baratijas y artículos diversos. Desde unos simples calcetines con figuras de caricaturas, binoculares, ollas, cobijas, hasta artículos de cuero de toda forma y tipo. Todo ello con negocios que no vemos a diario, donde los locales fijos que se encuentran sobre la avenida aprovechan y abren o rentan sus negocios para otros más. Donde, por ejemplo, las entradas o cerradas se convierten automáticamente en panaderías, en puestos para vender micheladas, callejones que se convierten en puestos para vender alitas o incluso fachadas que se extienden más allá de los límites para convertirse en cantinas improvisadas. Todo ello aderezado con un tumulto de gente que transita en ambos sentidos buscando el artículo o alimento de su preferencia.
En mi antojo, decidí que compraría una banderilla con papas, arrepentido por adelantado, pues generalmente esos alimentos ya se encuentran hechos y para calentarlos, nuevamente los sumergen en aceite reutilizado. Pero tal fue mi sorpresa que esta ocasión se encontraban en buen estado y de buen sabor, incluso el aceite se encontraba en mejores condiciones, disfruté de una sorpresa agradable.
Una vez de regreso a la explanada, ya estaban premiando a los tatuadores. Una chica haciendo de maestra de ceremonias, con una evidente falta de práctica o carisma, fue quien se encontraba elogiando y calificando los trabajos realizados. A falta de pantalla y en la penumbra, solo se podía apreciar un poco de los trabajos emplayados por una tenue luz de celular con el que los alumbraban.
Usando el zoom de nuestros celulares, mi hermano comenzó a tomarles foto, no sé si para tenerlos de recuerdo o simplemente para mostrármelos. En fin, el ganador sin lugar a dudas fue el que tatuó a su amiga. Mi hermano me comentó que ya había ganado en otras ocasiones y he de admitir que su trabajo es muy bueno a simple vista. Le pregunté por el precio y su contacto a mi hermano, pues en verdad me parecía una joya entre el boom de tatuadores que hay actualmente, sobre todo contrastándolo con la ciudad, donde todo es muy caro y definitivamente la encarnizada competencia hace de la elección, en ocasiones, algo difícil.
It’s Show time!
Por fin terminó la premiación y dio paso a la franja horaria correspondiente a la música, donde un grupo de niños, afinaban sus instrumentos para comenzar con el espectáculo.
En mi mente pensé que sería algo de rock o tal vez cumbia, pues es poco común tener a una mujer de vocalista a la par de un hombre. Incluso pensé en versátil y para mi sorpresa fue un poco de ambos, donde la mayor parte del repertorio era de rock. Un morrillo delgado, un poco alto en comparación con sus amigos, tocando un bajo rojo, vistiendo un gorro del tipo ruso o del chavo del 8, con un buen feeling; mala ecualización, pero buen feeling. Un guitarrista vestido completamente de negro, con una guitarra negra, mostrando destellos de técnica. Un vocalista al centro tocando un par de teclados, con esos aires que decían: yo formé la banda. A lado de él una chica que al parecer se había recién integrado o tenía muchos nervios, pues por ratos, olvidaba partes de la letra o se le notaba fuera de sí. A la derecha un chico que tocaba la guitarra rítmica, una de color azul, un chavito que llevaba por alguna razón: audífonos al cuello, y de su guitarra en la parte superior del mástil colgaba una estrella metálica. Dejando de último al baterista, que no destacaba por nada en especial, ya que la vista al ser limitada no permitía apreciar ni a la persona ni su arte.
Durante su show, me surgieron muchos pensamientos relacionados a las bandas. El hecho es que hay talento en mi pueblo, uno que quizá yo mismo subestimo, pero incluso me puedo contestar con preguntas retóricas como: ¿cuántas veces has conocido gente brillante o con talento musical que incluso reconocen eso en común contigo? ¿cuántas personas haz visto tocar en San Juan a las que incluso después de su show has elogiado?
Aquello me hizo sentir que debía hacer algo por mi comunidad, para impulsar esos talentos, pero aún no sé cómo ni de qué manera. Pero ese sentir está latente dentro de mí y quizá un día se materialice o quizá recordaré estas palabras y las reafirmaré por haber sido plasmadas de manera tangible como una premonición o una promesa.
¿Sangre Latina?
Resignado, después de mis reflexiones, asumí que mis amigos no irían, pues nadie se pronunció en el chat más que Sadam. Un amigo del que desconozco si fue de su interés o fue el mensaje que pasó de su pareja Mariana, quien explícitamente nos preguntó por la feria una semana antes. Sea cual fuere el caso, no hubo mucho motivo para que los demás asistieran, por lo que no insistí y decidí cambiar de perspectiva, a una donde la feria sería un portal de mindfulness de eso que tomé por “realidad” por años y que ahora podía apreciar con otros ojos, unos que buscan lo bello en eso: lo cotidiano.
También al ver el escenario recordé lo de siempre: Nosotros teníamos una banda, recuerdo los innumerables comentarios de nuestros conocidos, de las emociones que se viven al subirse a uno, de la visión tan diferente y tan clara que tengo ahora de la música y el arte en general. Todo aquello que pudo haber sido, otra parte que fue y una mas que me gustaría cumplir aún.
Todo ello con ese aire de nostalgia, orgullo y determinación que solo puede darte algo que disfrutaste en su momento, y que ahora vive como un recuerdo vívido, que marca un punto importante en la historia donde se confirma tu existir.
Con el frío que hacía, decidimos ir por una chamarra a la casa, dejamos en su show a los morrillos y emprendimos el camino de regreso. Nada interesante que contar de ello; llegamos, tomé una cerveza para el camino y regresamos justo en el punto donde estábamos, pero lo siguiente no me lo esperé nunca.
El demonio anda entre nosotros
Encontramos al demonio, un amigo nuestro con el que tengo una historia larga y tendida como la vida misma, uno que conozco desde que estaba en el catecismo, por lo que tenemos una amistad desde que tenía alrededor de 10 años. Hemos bebido juntos, hecho bandas y salido a tocar. Algo evidente y nada sorprendente es que nuevamente fue a través de la música que lo encontré. Después del turno de su hijo para tocar, lo haría el con una nueva banda (Dementia), nuevamente interpretando aquello que no deja morir y que parece un deseo irrefrenable en el: el Heavy Metal.
Fue así que mientras esperaban su turno y como buen amigo, decidí quedarme hasta verlos tocar. Su hijo en la batería, el buen Valdo, un morrillo que conocí en el mismo ambiente, pero cuando era mucho más joven y un morro que tocaba con ellos también por aquel entonces en una banda que llamaron Crusher.
La plática con el demonio fue un poco extraña, me comentó de manera muy resumida y superficial: Que su vida había tomado un nuevo rumbo y se encontraba en otra cara de la moneda de la vida, donde estaba separado, viviendo con su hijo, con una vida diferente, una donde incluso su trabajo es distinto.
No bebe, fuma ocasionalmente y actualmente se encuentra haciendo Home Office. Sin embargo, no quise ahondar, pues se le veía como si tuviera algo atorado, algo que no me quiso contar, sea porque no soy la persona a la que le debía contar eso o porque no se lo permite el mismo. Sea cual fuere la razón, lo noté distante y no quise preguntar más, además venía con su papá y familiares, por lo que se mantuvo de ese lado.
Yo por mi parte me puse a platicar con el Valdo, un morrillo que actualmente está cursando Ingeniería Industrial. Me sorprendió por su carácter y discurso más centrado en lo social y musical, un contraste muy marcado comparado con un ingeniero mexicano promedio.
Me dijo que por estos días estaba tocando en varios lugares y que ya estaba en progreso con la batería por lo que sin pensarlo dos veces y con una expectativa optimista, le pregunté: ¿estarías dispuesto a tomar el puesto y que reviviéramos a Sangre en la Tinta? la banda de la que tan orgulloso me siento.
Su respuesta fue inmediata y afirmativa, mientras que yo en mi escepticismo le pregunté más detalles, pero que, con una confianza, no sé si despreocupada o de seguridad absoluta me dijo que ya tenía dominadas varias técnicas, que incluso tenía batería propia y que simplemente era cosa de ponerle fecha. A lo cual yo me centré más en la ortodoxia que se requiere para el proyecto, que es tomar una muestra y una vez que veamos que esto va en serio, será momento de reunir a las personas y proponer el ensayo formal.
¿Venus es un caballo?
Finalmente tocó el turno al grupo Monte Venus, uno de los más profesionales que se puedan encontrar en mi pueblo. Una agrupación que se dedica a los covers de ska, siempre comenzando con Manuel Santillán de Los Fabulosos Cadillacs, pasando por Panteón Rococó, inspector, ente otros. Una agrupación que conozco desde hace muchos años y que definitivamente, han avanzado mucho a nivel estético y profesional. Sin lugar a duda, se han convertido en los estelares de cualquier evento al que asistan dentro del pueblo. Tras lo cual no quedó más que disfrutar y ver la respuesta de la gente que es por demás conocida. Lo he dicho en ocasiones varias: El ska es a mi generación, como la cumbia a la de mis papás.
La noche transcurrió de manera fluida, entre pláticas esporádicas con mis amigos y la espera de su turno, donde los desastres de la organización como en cualquier evento mexicano, no se hicieron esperar. Pues un grupo de personas provenientes de Iztapalapa con una estética de Rockabilly, trataron por todos los medios de imponer su turno por delante del de mis amigos, con la excusa centrada en la lejanía de su domicilio. Al final mi amigo después de discusiones y plática interna con la banda, decidió ceder su lugar.
El show de los iztapalapeños fue cuando menos algo “normal”, su setlist habría sido una buena apertura para los Monte Venus, tanto por la afinidad de los géneros, como por el ambiente que inspiran, sin embargo, su saxofón si bien es un instrumento bastante escaso en las agrupaciones tradicionales, sonaba muy fuerte, al punto de tener una sibilancia equivalente al efecto de la distorsión con alta ganancia en los oídos de alguien que escucha baladas. Por lo que fue por demás poco disfrutable.
Una parte un poco negativa, fue el aforo, ya que como mencioné, después de los Monte Venus, el resto son sobras de atención y compromiso por parte de la gente, pues al ser considerados estelares, el resto se convertía en un extra o ya directamente la atención y motivación se habían perdido por completo.
Demencia Senil
Llegó el momento de aforar a la nueva banda. Su vocalista, me dejó perplejo con su ánimo. Diálogos en los que se notaba el nerviosismo, pero también se podía ver su determinación y la intensión que tenía de darlo todo; de esa genuina emoción de alguien tímido que está por hablarle a la persona que le gusta esperando de antemano una respuesta favorable.
Fue un show tradicional para las personas que quedaron, una mezcla entre el apoyo de familiares, conocidos y un puñado de borrachos a los cuales siempre les dan ganas de bailar. Los amigos que estábamos ahí para el apoyo moral, me recordaron mucho a las tocadas que llegamos a tener en el barrio, un ambiente tan nostálgico y familiar que me sorprendía que siguiera siendo la norma para un género aparentemente en extinción en el pueblo.
Desde mi punto de vista, falta pulir bastante a la banda, desde la falta de compromiso que se nota en la ausencia del pedal de distorsión, hasta las fallas en la ejecución que fueron muy evidentes, pero no quiero sonar tan duro. Lo que quiero decir es que es un inicio y todos esos aspectos deben ser mejorados para tener algo sólido; una base. Y algo que si criticaré siempre es la pasión en lo que se toque, pues es eso lo que inspira y atrae al público. Lo he visto decenas de veces: ahí donde hay pasión, pese a la ejecución, hay público.
Cui cui cui!!!! 🐖🐖🐖
Una vez finalizada su actuación, continuó con una banda de pornogrind, una vez más sorprendido en muchos aspectos, comenzando por la alineación. Una batería pequeña, una sola guitarra, en el centro el bajista y el vocalista del lado derecho.
Un show que me recordó cuanto me gusta ver el pornogrind o el grindcore en vivo, una escena musical que trabaja bajo la premisa opuesta a lo que pasa tradicionalmente a la música, donde los discos al tener una producción en estudios y con meticulosos “maquillajes”, denotan cosas que orgánicamente no se encuentran ahí. Efectos de sonido y un arreglo post-producción generalmente terminan con un producto que incita a su consumo. En el grind pasa lo opuesto, sus grabaciones son todo menos profesionales y encarnan la rebeldía contra el sistema establecido al hacer todo con disonancia, suciedad y nula intensión de protagonizar las listas de popularidad por la apariencia.
Es en sus presentaciones en vivo, donde por la ejecución, el audio y la naturalidad con la que se escucha se disfruta más. Es el virtuosismo que se hace patente, quitando el ruido y mala calidad que a propósito se deposita en los estantes digitales para el consumidor habitual de géneros extremos. La estridencia y ejecución no dejan lugar a la duda de que esas personas si bien pueden aparentar en lo superficial una ejecución pobre e incluso “sucia”, están más allá que muchos en forma y no objeto, en cohesión y mensaje que en apariencia y emoción.
Y así terminó el primer día, con el cierre de esa banda que emocionó mucho al resto de espectadores que aún nos encontrábamos ahí. No pudimos más que despedirnos de los demás y regresar a casa a las 3 de la mañana. Sobrio, por primera vez en ese evento que disfruté mucho, pero que me hubiera gustado explorar aún más, pues había incluso un segundo escenario lejos del centro donde aún había música en vivo, pero el cuerpo ya pedía descanso y el pronóstico no era tan favorable.