Hoy me ocurrió algo de lo que no tengo un precedente y es a través de ésta entrada que quiero expresar y quizá pueda entenderlo en medida que lo cuente o lo relea.
Todo comenzó el día de hoy, cuando me dirigía a la casa de mis papás, donde pensé en pasar el fin de semana. Lili está en Aguascalientes visitando a una amiga, así que vine solo. Como de costumbre, puse música, pero esta vez un pensamiento reflexivo me asaltó. Normalmente no subo mucho el volumen cuando voy acompañado, quizá por pena o para no incomodar. Sin embargo, cuando bebo, busco la música a todo volumen y canto a todo pulmón. Es una forma de sacar lo que llevo dentro.
Sueños inalcanzables
Esto me recordó algo que viví hace años. Cuando era joven, consumía marihuana de manera muy casual y ocasional. Lo único que disfrutaba bajo sus efectos era escuchar música, pues la compañía, no la disfruto bajo los influjos de esa hierba. Era como si pudiera percibir sonidos que no estaban ahí o que nunca les preste atención. Como si por un momento, todo el mundo hubiese desaparecido y la música se convirtiera en una experiencia pura y plena.
Sin embargo, esas experiencias de pronto se tornaron frustrantes, porque generalmente cuando me permitía disfrutar de la música en ese estado, me quedaba dormido y al otro día todo eso que había sido maravilloso, se había desvanecido como si lo hubiera soñado.
Muchas ocasiones, intenté recrear esa sensación de manera consciente, pero sin éxito. Escuchaba la misma canción y trataba con todas mis fuerzas de recordar aquello que me había maravillado de alguna canción, sobre todo aquellas que creía conocer a fondo, de esas canciones que has escuchado toda tu vida.
Fue entonces que descubrí la audiofilia: dedicar un tiempo para contemplar y concentrarme en la música. Teniendo equipo dedicado a la escucha activa y de alta fidelidad me permitió emular la experiencia, pero de manera conciente y sobria. La marihuana dejó de ser necesaria.
Retomando la historia, me di cuenta de que con el alcohol pasa algo similar. Hay cosas que solo hago cuando bebo, y al día siguiente me siento fatal. Sin embargo, esas acciones —como cantar y escuchar música a todo volumen— son, en el fondo, algo que deseo hacer. Es como en un concierto, donde la música te consume y te libera.
De lo anterior llegué a la conclusión, que podría intentar lo mismo; buscar una forma de hacer esas cosas que mi inconsciente hace cuando bebo, pero de manera consciente, pues son fruto de mi deseo. Fue así que subí el volumen y busqué canciones que pudiera cantar. Abrí un poco las ventanas, algo que normalmente no hago, quizá por pena o por pensar demasiado en "qué dirán". Pero ésta ocasión me di permiso. Vine cantando todo el camino sin bajar el volumen, excepto en un momento.
Mi humanidad ¿en extinción o en éxtasis?
Al llegar a un puente que anuncia la entrada al pueblo, decidí poner canciones específicas para cantar hasta llegar y asegurarme que me vieran corear y se escuchara a cierto volumen, para así probarme a mi mismo que eso es lo que quiero y no tengo por que sentir pena. Sin embargo, no recordé que, al bajar del puente, siempre hay personas pidiendo dinero por bacheos.
Honestamente, siempre procuro darles un poco de efectivo. Y, es que últimamente, he pensado mucho en el hecho de que, a veces gasto mucho en cosas innecesarias. Compro esas cosas y al ver a las personas en la calle en situaciones que ni yo mismo puedo imaginar, me digo: Podría haberme ahorrado dinero si no hubiera comprado "esto" o "aquello" y pude haberle dado algo a alguien que podría necesitarlo mas que yo.
Llegando, siempre está un viejito, que recuerdo conocer desde que era niño, le di unas monedas que logré sacar de mi cartera de manera muy atropellada y le bajé a la música, porque creo que esos momentos por muy casuales, sencillos e incluso muy simplones, tienen un significado que yo les doy: un atisbo de humanidad que quiero adjudicarle a ese acto, que no quiero sea manchado por mi egoísmo al escuchar música a alto volumen y no permitir ni siquiera escuchar el "gracias" de la persona.
Y tu ¿Cuánto cuestas?
Más adelante, a lo lejos logré ver a unas niñas de no mas de siete años pidiendo dinero también. En el éxtasis de mi estado de ánimo, consumido completamente por mi sensación de bienestar, catarsis músical y lo vivo que me sentía, al confirmar que no tenía ya nada de monedas, decidí poner en práctica lo reflexionado y decidí darle 50 pesos a esa niña.
Imaginé la sorpresa al recibir el billete, un solo instante bastaba para validar mis acciones con un gesto por demás egoísta de mi parte, pero que no puedo negar genuino en mi intención de ayudarle.
Disminuí la velocidad, bajé la ventanilla y le di el billete. Volteé de reojo, para confirmar aunque sea una pequeña reacción, pero no vi nada, aunque al final no importó mucho, pues esa espera duró la décima parte de un instante. Inmediátamente después de volver a la realidad, subí el volumen de nuevo y coreando, sentí unas fuerzas irrefrenables de acelerar. No vi ningún impedimento; era de día, no había autos así que así lo hice por unos 500 metros en línea recta, pero en el trayecto, sentí algo que no se describir mejor que: una mezcla entre coraje, satisfacción, impotencia, adrenalina y enojo.
En este mundo hecho de piedra
Mis manos comenzaban a temblar, pensé en reprimir mi sentir, supuse que quizá era mi satisfacción a tope, por mi acción "altruista", pero me di cuenta que no era así. Mis pensamientos estaban volcados en que me vi en esa niña, vi a alguien vulnerable, vi a una niña que no debeía estar pasando por eso, no debía estar bajo el sol pidiendo dinero a automovilistas y no pude mas que sentir que aliviaría un poco de ese pesar con dinero, así como me hubiera gustado en algún momento que alguien hubiera hecho por mi. Sentí mucho coraje el reconocer que la vida es así de cruel y por saber que, aunque podría tener más impacto, aún no encuentro la manera, o quizá aun no es mi momento.
Como todo el tiempo estoy pensando, por un segundo también recordé lo aprendido en psicoterapia: permítete transitar las emociones. Y así permití que mi enojo, mi coraje y mi pesar me atravesarán. Lloré. Grité las canciones. Y seguí mi camino.
El sentimiento se desvaneció, pero no pude evitar pensar que en ese exacto momento en que aceleré y grité con la música a todo volumen, podría haberme extinguido sabiendo que lo último que hice en la vida fue darle una cucharada de su propia medicina a la vida, hayando un significado en lo absurdo, ayudando.
Final-mente
Ese momento fue más que un egoísta acto de generosidad. Fue una lección moral, no solo para los demás, sino para mí mismo. Durante años, fui de esos que no ayudarían a alguien aunque su vida dependiera de ello. Hoy, intento ser diferente. La vida es hostil, pero también nos da oportunidades para ser mejores. Y en ese momento de humanidad, entendí que no necesito alcohol, drogas o excusas para hacer lo que realmente quiero: vivir con intensidad, ayudar aunque sea un poco y, sobre todo, permitirme sentir sin miedo.
Hoy me ocurrió algo de lo que no tengo un precedente y es a través de ésta entrada que quiero expresar y quizá pueda entenderlo en medida que lo cuente o lo relea.
Todo comenzó el día de hoy, cuando me dirigía a la casa de mis papás, donde pensé en pasar el fin de semana. Lili está en Aguascalientes visitando a una amiga, así que vine solo. Como de costumbre, puse música, pero esta vez un pensamiento reflexivo me asaltó. Normalmente no subo mucho el volumen cuando voy acompañado, quizá por pena o para no incomodar. Sin embargo, cuando bebo, busco la música a todo volumen y canto a todo pulmón. Es una forma de sacar lo que llevo dentro.
Sueños inalcanzables
Esto me recordó algo que viví hace años. Cuando era joven, consumía marihuana de manera muy casual y ocasional. Lo único que disfrutaba bajo sus efectos era escuchar música, pues la compañía, no la disfruto bajo los influjos de esa hierba. Era como si pudiera percibir sonidos que no estaban ahí o que nunca les preste atención. Como si por un momento, todo el mundo hubiese desaparecido y la música se convirtiera en una experiencia pura y plena.
Sin embargo, esas experiencias de pronto se tornaron frustrantes, porque generalmente cuando me permitía disfrutar de la música en ese estado, me quedaba dormido y al otro día todo eso que había sido maravilloso, se había desvanecido como si lo hubiera soñado.
Muchas ocasiones, intenté recrear esa sensación de manera consciente, pero sin éxito. Escuchaba la misma canción y trataba con todas mis fuerzas de recordar aquello que me había maravillado de alguna canción, sobre todo aquellas que creía conocer a fondo, de esas canciones que has escuchado toda tu vida.
Fue entonces que descubrí la audiofilia: dedicar un tiempo para contemplar y concentrarme en la música. Teniendo equipo dedicado a la escucha activa y de alta fidelidad me permitió emular la experiencia, pero de manera conciente y sobria. La marihuana dejó de ser necesaria.
Retomando la historia, me di cuenta de que con el alcohol pasa algo similar. Hay cosas que solo hago cuando bebo, y al día siguiente me siento fatal. Sin embargo, esas acciones —como cantar y escuchar música a todo volumen— son, en el fondo, algo que deseo hacer. Es como en un concierto, donde la música te consume y te libera.
De lo anterior llegué a la conclusión, que podría intentar lo mismo; buscar una forma de hacer esas cosas que mi inconsciente hace cuando bebo, pero de manera consciente, pues son fruto de mi deseo. Fue así que subí el volumen y busqué canciones que pudiera cantar. Abrí un poco las ventanas, algo que normalmente no hago, quizá por pena o por pensar demasiado en “qué dirán”. Pero ésta ocasión me di permiso. Vine cantando todo el camino sin bajar el volumen, excepto en un momento.
Mi humanidad ¿en extinción o en éxtasis?
Al llegar a un puente que anuncia la entrada al pueblo, decidí poner canciones específicas para cantar hasta llegar y asegurarme que me vieran corear y se escuchara a cierto volumen, para así probarme a mi mismo que eso es lo que quiero y no tengo por que sentir pena. Sin embargo, no recordé que, al bajar del puente, siempre hay personas pidiendo dinero por bacheos.
Honestamente, siempre procuro darles un poco de efectivo. Y, es que últimamente, he pensado mucho en el hecho de que, a veces gasto mucho en cosas innecesarias. Compro esas cosas y al ver a las personas en la calle en situaciones que ni yo mismo puedo imaginar, me digo: Podría haberme ahorrado dinero si no hubiera comprado “esto” o “aquello” y pude haberle dado algo a alguien que podría necesitarlo mas que yo.
Llegando, siempre está un viejito, que recuerdo conocer desde que era niño, le di unas monedas que logré sacar de mi cartera de manera muy atropellada y le bajé a la música, porque creo que esos momentos por muy casuales, sencillos e incluso muy simplones, tienen un significado que yo les doy: un atisbo de humanidad que quiero adjudicarle a ese acto, que no quiero sea manchado por mi egoísmo al escuchar música a alto volumen y no permitir ni siquiera escuchar el “gracias” de la persona.
Y tu ¿Cuánto cuestas?
Más adelante, a lo lejos logré ver a unas niñas de no mas de siete años pidiendo dinero también. En el éxtasis de mi estado de ánimo, consumido completamente por mi sensación de bienestar, catarsis músical y lo vivo que me sentía, al confirmar que no tenía ya nada de monedas, decidí poner en práctica lo reflexionado y decidí darle 50 pesos a esa niña.
Imaginé la sorpresa al recibir el billete, un solo instante bastaba para validar mis acciones con un gesto por demás egoísta de mi parte, pero que no puedo negar genuino en mi intención de ayudarle.
Disminuí la velocidad, bajé la ventanilla y le di el billete. Volteé de reojo, para confirmar aunque sea una pequeña reacción, pero no vi nada, aunque al final no importó mucho, pues esa espera duró la décima parte de un instante. Inmediátamente después de volver a la realidad, subí el volumen de nuevo y coreando, sentí unas fuerzas irrefrenables de acelerar. No vi ningún impedimento; era de día, no había autos así que así lo hice por unos 500 metros en línea recta, pero en el trayecto, sentí algo que no se describir mejor que: una mezcla entre coraje, satisfacción, impotencia, adrenalina y enojo.
En este mundo hecho de piedra
Mis manos comenzaban a temblar, pensé en reprimir mi sentir, supuse que quizá era mi satisfacción a tope, por mi acción “altruista”, pero me di cuenta que no era así. Mis pensamientos estaban volcados en que me vi en esa niña, vi a alguien vulnerable, vi a una niña que no debeía estar pasando por eso, no debía estar bajo el sol pidiendo dinero a automovilistas y no pude mas que sentir que aliviaría un poco de ese pesar con dinero, así como me hubiera gustado en algún momento que alguien hubiera hecho por mi. Sentí mucho coraje el reconocer que la vida es así de cruel y por saber que, aunque podría tener más impacto, aún no encuentro la manera, o quizá aun no es mi momento.
Como todo el tiempo estoy pensando, por un segundo también recordé lo aprendido en psicoterapia: permítete transitar las emociones. Y así permití que mi enojo, mi coraje y mi pesar me atravesarán. Lloré. Grité las canciones. Y seguí mi camino.
El sentimiento se desvaneció, pero no pude evitar pensar que en ese exacto momento en que aceleré y grité con la música a todo volumen, podría haberme extinguido sabiendo que lo último que hice en la vida fue darle una cucharada de su propia medicina a la vida, hayando un significado en lo absurdo, ayudando.
Final-mente
Ese momento fue más que un egoísta acto de generosidad. Fue una lección moral, no solo para los demás, sino para mí mismo. Durante años, fui de esos que no ayudarían a alguien aunque su vida dependiera de ello. Hoy, intento ser diferente. La vida es hostil, pero también nos da oportunidades para ser mejores. Y en ese momento de humanidad, entendí que no necesito alcohol, drogas o excusas para hacer lo que realmente quiero: vivir con intensidad, ayudar aunque sea un poco y, sobre todo, permitirme sentir sin miedo.